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Sara Herrera Peralta

Escritora. Graduada en Letras, Ciencias Humanas y Sociales y Máster en Literatura Comparada por la Sorbona

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Enumeración

Dicen que en esta casa vivió Sylvia Plath./ Londres es hoy un montón de niebla/ con hilos que se entrelazan.// Esta es la vieja trampa de la muerte:/ ¿a dónde van, con tiento, las voces del enfermo?// Mientras, lo divino invade esta atmósfera,/ haciéndose vieja entre azulejos/ de una cocina barata.// Ven, toma mi cuerpo,/ acaso mañana el temblor.// Sé que el amor salva,/ tengo las manos de una mujer enloquecida,/ las calles son mías.// Agárrame, voy a contarte/ la historia de un fracaso.// Cuando la vida venga a pedirte/ que sacrifiques tu piel/ y tu vacío,// búscame en la distancia.// Este aire de felicidad/ es una venganza./ Mis manos inventan los delitos.// Donde murió el abuelo,/ yo hacía croché dos días antes/ con lana de color ocre.// Ése/ me pareció el mayor castigo del mundo.

Del poemario Documentum (Torremozas)

 

Louvres

Cantar al tiempo perdido,/ rezar,/ como un manco/ que pide limosna/ y necesita ser manco/ para que todos le crean.// Tenemos, en verdad,/ necesidad de ser conscientes.// Miramos al cielo./ Creemos en todo lo que no queremos/ que suceda.// Inventamos para olvidar/ el dolor de la piel.

La Courneuve Aubervilliers

¿Quién sabe qué vagón conduce/ a la tierra inhóspita/ de la ciudad de las aceras grises?// ¿Qué grito de esperanza/ es capaz de soportar/ el dolor de la pérdida?

Del poemario Quien mire hacia abajo, pierde (Baile del sol)

 

¿Por qué te vas tan lejos?,/ me preguntó la abuela./ Tengo que trabajar, le dije.// Nosotros también nos fuimos,/ igual nuestros hermanos:/ ellos no volvieron.// Te vas tan joven y sola, decía,/ serás extranjera./ Y señaló el mapa.// ¿Por qué te vas tan lejos?,/ repetía, con lo bien que estabas/ aquí -coche, hipoteca, préstamo-.// Voy a buscar una vida grande, abuela./ Y La abuela me miró a los ojos,/ acariciando mi cara con sus manos:// que el viaje no sea duro,/ que el país sea una casa,/ que los amigos te duren para siempre.

Del poemario Hay una araña en mi clavícula (La Garúa Libros)

 

París, muchos años antes

Distinguir la aurora boreal en el cielo de París,/ manchado de nubes que se transforman en/ circunferencias descendentes de los tubos de escape/ es/ para los habitantes/ el esfuerzo matutino de dar los buenos días/ con ánimo y pesadumbre,/ comprar el pan tierno y caliente de la jornada/ y permanecer de pie/ aún con fuerzas/ delante de las sombras reflejadas en el asfalto/ de los coches y de los peatones/ a mediados del mes de agosto.// Cuando el calor penetra en los hombros/ por los tirantes del sujetador/ y los maridos y los novios y los hijos/ compran granizada de naranja,/ el día ya va terminando/ y la luna asoma advirtiendo que no nos hemos portado bien.// Distinguir la aurora boreal en el cielo de París,/ con la humedad y el hambre carcomiendo los dientes/ formando triangulitos negros entre los espacios// es/ para los habitantes/ decir ha pasado ya otro día/ de búsqueda y de sospechas,/ deshacer la cama deshecha arrinconada en la casa/ y dejar el cuerpo horizontal/ ya sin ganas/ bajo el techo de cal y de años que han pasado,/ con menos miembros de la familia/ en el álbum de fotos.// Cuando el olor se acerca a la clavícula, debajo de los hombros,/ dejando el rastro del perfume de vainilla/ en las manos de mi abuela/ como si los días no pasaran en medio de la nada,/ las noches se prolongan/ y sé que sigo siendo la niña del tobogán balanceando los pies.// Distinguir la aurora boreal en el cielo de París,/ con la esperanza y la incertidumbre adornando los dedos de mi mano/ formando anillos de compromiso conmigo misma/ es/ para los habitantes/ crecer de puntillas por el calendario/ colgado de la pared de mi habitación de estudiante/ y volver a medir/  la talla de mi cuerpo/ con los tacones rojos del sábado noche/ dejando la medida pintada/ en el marco de la puerta.// Cuando la luz asoma por el agujerito del sótano/ dejando atrás el polvo y el azufre,/ y baja las escaleras para posarse/ en la mesa camilla de mi abuela/ como si ella fuera ahora a dejar de hacer calceta,/ las avenidas se tejen entre ellas y engordan,/ para justificar a la ciudad, que quiere hacerse grande.// Distinguir la aurora boreal en el cielo de París/ es/ para los habitantes/ provocar al sol asfixiante del verano/ para encontrar un hueco/ en las aceras y poder/ pedir luego la cita al médico,/ por si pudiéramos aún seguir respirando/ bajo el humo gris y peligroso que nos acecha.// Cuando las nubes forman corros de patata/ y se posan todas en los edificios haussmanianos,/ sé que llegué para quedarme/ y para interrumpir la inercia/ de los días en los que aún me dicen/ que soy joven, como si la edad se llevara escrita/ y como si yo quisiera serlo.// Distinguir la aurora boreal en el cielo de París/ es/ para los habitantes/ el castigo adolescente/  y la rica herencia del verano con los gastos pagados,/ el reflejo de los años donde el acné nos hizo acomplejarnos,/ entre cursos de idiomas y botiquines caseros,/ creyéndonos mayores sin querer serlo.// Los días perdidos/ están guardados en la cajita con envoltorio de Sandrine,/ que quiso viajar para no volver más nunca/ y luego viajó e inventó los días ausentes./ Distinguir la aurora boreal en el cielo de París/ es/ para los habitantes/ crear otros cielos y otras nubes y otras lluvias/ para poder pensar que aún tenemos derecho/ a ser niños con pantalón corto y corbata clásica,/ adelantándonos a la irremediable obligación de cada mañana/ sin haber elegido, sin haber sido interrogados,/ en relación a nuestro oficio y a nuestra ocupación.// Distinguir la aurora boreal en el cielo de París/ es/ para los habitantes/ la mañana amenazante y lastimosa/ bajo un cielo contaminado por los coches de época/ y de última generación:/ la noche avanzando sin preguntas,/ el tiempo que se borra sin cuestiones,/ los adolescentes besándose abrazados/ para no ser/ nunca más/ protagonistas de otra historia.// Distinguir la aurora boreal en el cielo de París/ es/ para los habitantes/ el final de una película rodada con la cámara medio rota/ de un director desconocido./ El niño, el actor secundario, la abuela y yo/ vamos a crear un final feliz tragicómico, emotivo,/ por si aún quedaran lágrimas que nos sostuvieran/ en el lento esfuerzo de vivir cada mañana.// Mi nombre es Ilsa Lund:/ hija de Irene Diamond y Hal Wallis/ en Blue Parrot Bar.

Del poemario Mamá era Ilsa Lund al principio de todo (Cangrejo Pistolero Ediciones)

 

El carné

He dejado que me lleven erguida/ hacia el fondo de la sala y me han dado el carné.// Los colores y tonalidades verdes/ ya no existen. Somos el reflejo de la luz/ con manchas de tinta. Van a llamarme./ He dejado que me aten los ojos y las manos./ Paso tras paso huelo el miedo./ Llegué hasta aquí cubierta de nieve y frío/ huyendo de los lugares perdidos y lejanos./ Un ejecutivo con nariz roja de payaso/ me hizo una entrevista y yo le hablé de los desiertos/ y de la arena que queda sobre el terrazo/ cuando volvemos todos de la playa/ con sandalias de plástico, del olor a sal y a jengibre/ y de la prisa,/ esa prisa siempre para estar a punto/ en la oficina./ La vida no pasa ni importa con puntualidad,/ sólo a veces sentimos ese paso del tiempo/ que con nudos atados a los brazos nos hace más viejos/ y más calmos, agarrados por si acaso a los relojes.

Del poemario Shock (Baile del sol)

 

Dreams Agency

Cantamos y maldecimos los días de hambre,/ de hambre y de Nocilla,/ teniéndolo todo y no teniendo nada.// Cantamos creyendo en el paraíso/ de una playa desierta con palmera inclinada,/ el olor salado y el sonido de las olas,/ cabalgando.// Testimoniamos los hechos./ Y quizá, algún día, sepamos por qué las colas son largas/ en el Corte Inglés, – una vez que hemos comprado ya/ el papel higiénico, el arroz y los huevos -,/ en la agencia de viajes./ Un billete, por favor./ Un billete para ir a algún sitio,/ no importa dónde, lejos del barrio.// Cuando cantemos creyendo que el paraíso existe,/ que de verdad hay una playa/ y una isla desierta/ y un cocotero/ y una palmera,/ cuando cantemos, por fin, convencidos/ de que el paraíso existe,/ los dioses serán menos,/ ya no tendremos tantos sueños.

Del poemario Provocatio (Ayto. de Avilés)

 

18:33

Los bancos del parque son/ mis paradores de ciudad.// Un anciano deambula en línea recta.// Un joven se acerca. Se estrechan los cuerpos.// -Perdone, tiene usted una pegatina en su espalda-.// -Gracias, joven. Estos niños de hoy en día…/ Muy amable. ¿Tendría usted hora?-// -Sí, claro, las seis y media-.//-¿Cómo se llama?-// El tentempié de los árboles./ La distancia entre los dedos y/ el rastro de unos zapatos/ de cordones desatados.// La tarde tiene sabor a castaña recién hecha.// -Perdone, tengo prisa-.// -Disculpe. Muchas gracias-.// Y vuelve a colocarse su pegatina en la espalda.

Del poemario Sin cobertura (La Bella Varsovia)

 

Chevaleret

Hay parámetros decimonónicos en cada barandilla./ Responden a las necesidades de los viejos, a veces de los niños.// Nos sostienen bajo el techo.// Un sostén para las almas, son grises como el humo./ A veces, sobre las tierras quemadas del vagón de metro/ se despiertan las voces de los inconscientes.// Cuánta juventud con cargo, qué infinita extensión del futuro./ Bricolaje inventado,/ el debate es siempre el mismo: la segunda jornada; la liga de fútbol./ Monótonas, erguidas: siempre ahí.// El sostén, la presencia. Da igual en qué tarea,/ no importa en qué memoria. Hay componentes estáticos que brillan a nuestro alrededor,/ cubiertos de grasa, para permanecer aunque el tiempo pase,/ aunque la vida se agilice, aunque sigamos este túnel/ que nos lleva/ desesperadamente/ a ninguna parte.

Del poemario De ida y vuelta (Difácil)

 

Punto muerto en el triángulo

Hoy he conocido el sabor de las pequeñas cosas. / Mecla de zinc, azufre, cobre, hierro, H2O. / Hoy he podido, y me he quedado fuera. / Pestaña suspensa en una balsa de aire. Imaginada. / Hay mil heridos. Un hueco, un momento/ y tres mujeres enclenques. Una queriendo/ salir a flote. / Besos y biznagas. Tal vez, cuando yo imaginé/ el desembarco fue pidiendo/ excusas, mi reloj de arena. / Temprano./ Quizás./ Nunca./ A sorbos. A sorbos admito la mañana/  y cada noche./ Tacones rojos. Lunares./ Yo soy mujer de cadera a plomo./ Me han prohibido otras cosas:/ como curvar la espalda,/ como estallar cuando somos buenos,/ decentes, políticamente correctos./ El tiempo en torno a/ lo que era, lo que fue./ Pero nada, nada,/ puede prometerse.

Del poemario La selva en que caí (Torremozas)